En los últimos años he podido ver cómo cada vez más frecuentemente las familias se empeñan en que su hijo sea “exitoso” desde los primeros meses de vida. Buscan que sus bebés asistan a clases de estimulación temprana, aprendan más de un idioma, asistan a clases de natación, por mencionar algunos. La pregunta que surge entonces es: ¿queremos que sean nuestros hijos un número más? o ¿queremos personas realmente exitosas?
¿Por qué nos empeñamos en tener hijos exitosos?
En los últimos años he podido ver cómo cada vez más frecuentemente las familias se empeñan en que su hijo sea “exitoso” desde los primeros meses de vida. Buscan que sus bebés asistan a clases de estimulación temprana, aprendan más de un idioma, asistan a clases de natación, por mencionar algunos.
Cuando el bebé crece sus padres buscan opciones para la educación preescolar: lo mínimo requerido es que el centro sea bilingüe y tenga clases de robótica, plus si además enseñan un tercer idioma y si sale del preescolar leyendo y escribiendo la sensación de buenos padres aflora.
En la primaria, el fenómeno parece incrementarse. La misión del momento es encontrar centros educativos que tengan en el currículo todos los programas académicos que el tiempo alcance, además, es casi un requisito entre los padres, que sus hijos asistan a clases extracurriculares donde música y deporte son las opciones que más llaman la atención. Y qué decir cuando al joven le toca enfrentarse a la secundaria… conozco inclusive, colegios donde materias como música y arte desaparecen para darle paso a materias académicas…
La sociedad ha delegado en nosotros la necesidad de búsqueda de éxito en números: calificaciones altas, cantidad de medallas alcanzadas, número de conciertos ofrecidos, números, números y más números!
La pregunta que surge entonces es: ¿queremos que sean nuestros hijos un número más? o ¿queremos personas realmente exitosas?
En la adolescencia, cuando los jóvenes persiguen explorar su identidad y experimentan diferentes sensaciones y emociones, los invadimos de estrés y miles de preguntas: la búsqueda del éxito en números se agudiza: nos preocupa la nota de presentación, la nota de admisión de la universidad produciendo en ellos situaciones donde experimentan ansiedad, pánico o indiferencia.
Los muchachos dejan de asistir a las reuniones familiares porque tienen exámenes, porque tienen cursos de preparación para las pruebas de admisión, porque.. porque…
Los vemos dispersos, serios… diferentes y les preguntamos: qué tienen, qué les pasa y la respuesta usual es: No sé!
Claro que no saben! Si desde pequeños hemos olvidado enseñarles que sienten y los hemos hecho creer que la vida es tener la agenda llena con actividades y la vida llena de cosas materiales.
Desde pequeños hemos enfatizado, que lo más importante es lo que puedan producir y no la sensación y emoción que sus preferencias y actividades les permitan experimentar.
Alto!
Es justo aquí donde tenemos que recordar que la vida es más que números.
Es imprescindible devolverle la importancia al desarrollo de la autoestima, del autoconomiento y el autocontrol en nuestros hijos. Es que aprendan que existen más de dos estados emocionales: felicidad o tristeza. Es que desde pequeños comprendan que existe la frustración y que es necesario ser tolerante de las diferencias; que logren vivenciar que estar bien es el fin de todo ser humano, pero que para lograrlo hay que aprender a sentirse mal también.
Una vez que los chicos aprenden a sentir las emociones y a entender de donde vienen y cómo el cuerpo presenta reacciones ante ellas, pueden lograr autoregularse y comprender que hay un lugar, un momento y una forma para poder expresar lo que sienten y como eso afecta nuestras vidas y las de los demás.
Desarrollar habilidades para ponerse en el lugar de otros de manera empática y solucionar dificultades es la siguiente meta que deberíamos proponernos con nuestros hijos, ya que al invertir desde pequeños en esto , modelando estas conductas y hablando de lo que sentimos y como esto nos afecta, realmente estamos formando y educando para que las nuevas generaciones sean exitosas.
El resultado entonces: adolescentes que saben identificar que están pasando un periodo de cambio, que la sensación de incomodidad que experimentan entre los doce y los quince años (aproximadamente) se debe a cambios en su cuerpo, que la sensación que experimentan se llama duelo y que el dolor de dejar su cuerpo de niño para convertirse en adulto es normal, que los cambios de humor, están relacionados con el cambio hormonal, que el cambiar de decisión, cuestionar lo establecido o defender ideologías, es parte de su proceso de identidad, que reclamar su espacio personal, no es un acto de rebeldía, sino momentos necesarios para su autoconocimiento.
Es entonces que al priorizar la inteligencia emocional vamos a tener la certeza de que estamos aportando a la sociedad, personas con las tan admiradas habilidades blandas que las empresas tanto buscan y que cada vez son más difíciles de encontrar entre los miles y miles de perfiles profesionales cargados de títulos y reconocimientos académicos.
Y por favor, no quiero confundirle, la academia, el deporte, el arte y la música son importantes en la vida, en tanto cada núcleo familiar comprenda que son actividades que siempre van a estar acompañados del desarrollo de la inteligencia emocional y además le tengo otra noticia: esto se enseña en casa, con amor, tiempo, dedicación y modelaje.
Ahora usted, querido lector, decida: ¿quiere en verdad un hijo exitoso?